Si bien es cierto, la familia también sufre ante la enfermedad terminal de un ser querido, no se debe perder de perspectiva que es el paciente el que está padeciendo directamente de los síntomas de la condición diagnosticada. Es importante considerar que cada persona es un ser único e individual (aunque pertenezca a la misma familia); lo que significa que cada uno tiene distintos tiempos y diversas formas de enfrentar las circunstancias. Es en el respeto de estos procesos donde radica la empatía y acompañamiento hacia la persona afectada.

Lo más importante dentro de estas situaciones es conectar con lo que está sucediendo con las emociones, para poder abordarlo terapéuticamente y así, hacer de ese camino, uno más transitable. Como declara Carolina Gutiérrez, psicóloga de Clínica Dávila, “Si no podemos curar, tenemos que cuidar”.

Para lograr entender más lo que puede experimentar una persona ante este escenario, explicamos brevemente las fases del duelo, entendido como pérdida, y no como la muerte.

Fase 1: impacto y negación. El paciente recibe el diagnóstico.

– Se cuestiona: “¿Por qué a mí?”

– Lo niega: “No puede ser. Buscaré otra opinión médica”.

Fase 2: Desorganización o conciencia de la pérdida. La persona comienza a utilizar su mecanismo cognitivo para dar explicación racional a lo que está ocurriendo

Fase 3: Conservación y aislamiento. Muy común. Clínicamente se puede confundir con depresión pero no necesariamente significa que sea así. Tienden a recluirse y no comunicarse con otros. Tratan de evadir cualquier contacto con sus redes de apoyo:

– “Me cuesta hablar”.

– “¿Qué les podré comunicar?”

– “No quiero que me vean así”.

Fase 4: Cicatrización o re-acomodo. El paciente tiene más aceptación de su condición e intenta reajustarse a su nueva realidad.

Fase 5: Sanación: No es al 100% pero el paciente ya puede explicarse racionalmente y emocionalmente el proceso que está viviendo. Intenta disfrutar y reconstruir lo que le queda de vida.