La displasia del desarrollo de la cadera o displasia luxante de cadera (DLC) es un trastorno congénito (es decir, presente en el nacimiento), que se define como un retardo en el desarrollo y maduración de la cabeza femoral y el acetábulo, elementos que componen la articulación de la cadera.

Considerada una de las malformaciones congénitas más frecuentes, según estadísticas nacionales su prevalencia es de 1 por cada 500 recién nacidos vivos. Si bien se desconoce su causa, existen ciertos factores de riesgo que la hacen más frecuente, como la carga genética o hereditaria, pertenecer al sexo femenino (es 5 a 8 veces más frecuente en mujeres) y distocias de posición o presentaciones fetales anormales, como la podálica (la guagua viene de nalgas).

La primera señal de atención se genera tras un examen físico en pacientes con subluxación o luxación de cadera, que tengan una pierna más corta, que presenten asimetría de pliegues o que muestren signos de inestabilidad de cadera, denominada signo ortolani-barlow.  El diagnóstico se complementa y confirma a través del estudio imagenológico (ecografía) y radiológico, con bajas dosis de radiación ionizante. Sin embargo, en displasias leves o moderadas no hay síntomas o signos clínicos para sospecharla.

“Como no existe forma de prevención ni diagnostico intrauterino, lo más importante es la pesquisa precoz para poder realizar un adecuado tratamiento, con buenos resultados”, indica el doctor Pedro Valdecantos, traumatólogo infantil de Clínica Dávila.

Radiografía a los tres meses

Precisamente con foco en el diagnóstico temprano, en Chile existe un programa nacional de detección precoz de la displasia de cadera como patología GES (Garantías Explícitas en Salud), que incluye una radiografía de pelvis a todos los lactantes de tres meses y una ecografía antes de este periodo a quienes tienen factores de riesgo o sospecha tras el examen físico del especialista.

“Si se pesquisa precozmente, el tratamiento se basa en el uso de correas de Pavlik o un cojín de Frejka, arnés que mantiene las piernas abducidas o abiertas, durante varios meses”, explica el especialista.

En casos más tardíos o severos es posible que se requiera de cirugías, que pueden abarcar desde la tenotomía (corte de tendón) de aductores y psoas (músculos) con yeso pelvipedio, hasta osteotomías femorales y pélvicas, es decir, cortes en el hueso para poder centrar y cubrir la cabeza femoral en el acetábulo.

Con tratamiento ortopédico y de inicio precoz, esta cirugía tiene excelentes resultados en 95% de los casos, con resolución completa y sin secuelas.

En cambio, cuando hay un diagnóstico tardío o displasias severas donde se requiere de cirugía, los pronósticos son menos favorables y pueden quedar algunas secuelas.

Si no se realiza un adecuado tratamiento de la displasia, la formación de la articulación de la cadera no se desarrollará adecuadamente y el niño comenzará a presentar complicaciones como claudicación (cojera), dolor al caminar y artrosis precoz de cadera.

“Lo más importante en esta patología es el diagnóstico precoz, a los tres meses de vida, o incluso antes, para dar inicio oportuno al tratamiento y así, idealmente, no requerir de cirugías y obtener buenos resultados, sin secuelas”, puntualiza el especialista.