“Te ves muy flaco” o “estás más gordo”. Estás frases, son comentarios que frecuentemente hacemos sobre las personas que nos rodean, aunque no lo parezcan, constituyen una valoración subjetiva del otro que puede provocar serias complicaciones en mucha gente. Hablar de trastornos alimentarios requiere una mirada amplia, que debe considerar los aspectos biomédicos, además de los factores conductuales, psicológicos y culturales que producen alteraciones en la conducta alimentaria de algunos individuos.

En la actualidad el problema de la alimentación ha dejado de ser mirado sólo desde una base biológica, sumando necesariamente una serie de factores más relacionados con nuestra cultura y sus patrones. Por ejemplo, nuestros patrones de alimentación varían si estamos en días de semana o festivos, varían de acuerdo al horario del día o del lugar geográfico que habitamos. Todos estos aspectos más que condicionantes biológicos – como el hambre- son situaciones que asociamos socialmente con comida, como el fin de año o las fiestas patrias. La cultura incide en cómo comemos y cuánto comemos. No comemos sólo por hambre, lo cual probablemente tenga que ver con el aumento de la obesidad en la población, tampoco dejamos de comer sólo por saciedad sino centralmente por aspectos asociados con la imagen corporal de la persona o patrones estéticos que la misma sociedad regula.

Según explica la psicóloga de Clínica Dávila, Francisca Parrado, “en la sociedad moderna existe una objetivación respecto al cuerpo, está determinado qué cuerpo es deseable o más bello, qué es ser “gordo o flaco”; sin embargo, estas definiciones varían en diferentes épocas o lugares geográficos, lo cual da una pista de que esta objetividad no es tal. Los indicadores de salud en cambio – como el IMC- son invariables y dan cuenta del estado de salud de la persona, independiente de la época o el lugar. Los trastornos alimentarios de definen en función de indicadores objetivos como éste – entre otros- y en alteraciones de la “conducta alimentaria” que se asocian a una distorsión de la Imagen corporal- que tiene que ver con valoraciones sociales y depende en gran medida, de la cultura”.

Según lo anterior, la conducta alimentaria de una persona atraviesa todo aspecto de funcionamiento del ser humano, desde lo biológico y genético, lo psicológico y lo cultural. Como manifiesta la psicóloga, la regulación del peso corporal puede estar determinada por factores genéticos (por ejemplo hay investigaciones que sugieren que cuando una madre está viviendo un período de estrés importante durante la gestación, los bebés desarrollan una determinada condición genética que los hace más proclive a subir de peso); desde lo psicológico – además de la construcción de la imagen corporal – la comida es un regulador emocional, que permite a las personas enfrentar sus ansiedades; y en lo cultural existen valoraciones estéticas que son integradas como reguladores externos. Una intervención desde la salud debiera prestar un paradigma más integrado sobre el peso y la salud corporal al paciente, de tal manera que se pueda guiar con cánones que favorezcan su calidad de vida y autoestima.

A pesar de la alta presencia en nuestra sociedad, la obesidad se encuentra fuera de los trastornos alimentarios; sin embargo, se asocia a factores de riesgo en salud muy significativos. Estamos “bombardeados” de información que nos invita a la mal nutrición y en contraste con ello, las presiones sociales por tener una mejor figura. Las alteraciones de la conducta alimentaria (anorexia, bulimia, trastorno por atracón, trastorno de la conducta alimentaria no especificado) son menos frecuentes en la población, que la obesidad, pero implican un riesgo de salud grave. Por ello,  es necesario evaluar la situación de cada paciente, indagar sobre su vida cotidiana, hablar con personas de su entorno. En este sentido, la psicóloga Parrado indica que “nuestra clínica tiene un equipo tremendamente bueno, sobre todo en abordar esta problemática en la etapa infanto-juvenil, ya que se diagnostica desde el modelo biomédico, pero también a través de intervenciones sicológicas y educativas con el paciente”.

Es muy importante, además de la evaluación por equipo multidisciplinario (nutriólogo, nutricionista, psiquiatra), realizar trabajo psicoterapéutico, fortaleciendo las habilidades del (la) paciente para enfrentar los estresores, regular emociones, trabajar las distorsiones en la imagen corporal y autopercepción, así como aspectos relacionales que puedan estar incidiendo en la presentación del cuadro.